Sunday, May 10, 2009

Jaime Bayly: Cucarachas voladoras

Regreso de la televisión a medianoche. Enciendo la luz de la cocina. Hay una cucaracha merodeando en el piso.

Me saco el zapato, me acerco a ella y se lo arrojo. No le doy. La cucaracha vuela hacia mí. Doy un alarido, me sacude un escalofrío.

Dios, ¿estoy alucinando o las cucarachas ahora vuelan en mi casa?

La cucaracha vuela como si quisiera morderme, como si fuese un vampiro. Me protejo la cara, manoteo. La cucaracha cae al piso mugriento. Me saco el otro zapato y salto sobre ella para aplastarla. Resbalo. Caigo. Me corto la mano.

La cucaracha se desliza debajo de la lavadora.

Maldita, algún día te mataré.

Subo a buscar la escopeta de perdigones que compré para matar al pájaro cantor. Saco la escopeta, la cargo, apago las luces de la cocina, enciendo la linterna, apunto hacia la lavadora y espero a que salga la cucaracha.

Espero y espero y ella, que es astuta, no sale, sabe que si sale la cazaré.

Subo a mi cuarto a leer y veo una cucaracha. Merodea a un paso de mi cama. Nunca había visto una cucaracha en mi cuarto. ¿Cómo y por qué subió a buscar comida al pie de mi cama? ¿Tan inmunda es mi casa?

Tengo una mano cortada. Con la otra intento aplastar la cucaracha, pero me esquiva y se mete debajo de la cama.

Estás atrapada, de allí no sales viva.

Muevo la cama, muevo el colchón, intento asustarla para que salga, pero no sale.

Bajo a la cocina, cargo la escopeta y la linterna, subo a toda prisa, me agacho al pie de la cama, prendo la linterna, ilumino debajo de la cama, listo para disparar. No veo ninguna cucaracha. Hay tantos ovillos de polvo que es una densa alfombra gris. Puede que la cucaracha esté camuflada bajo esa capa espesa de ácaros, puede que haya huido.

Lo cierto es que hay una cucaracha en la cocina y no puedo matarla y hay otra en mi cuarto y no sé dónde está.

No es una sensación agradable vivir con cucarachas. Yo quería vivir solo. Por lo visto no se puede. Siempre terminas viviendo con cucarachas voladoras.

Pensaré como una cucaracha, tal vez eso ayude.

Bajo a la cocina, abro la refrigeradora, saco un pedazo de pollo, lo tiro en el piso, cerca de la lavadora. El olor la turbará, la hará salir. Apago las luces, enfoco la luz de la linterna sobre el pedazo de pollo, apunto con la escopeta.

Espero y espero y espero.

Un hombre de bien no puede convivir con unas intrusas asquerosas en su casa, un hombre de bien tiene que matarlas.

Aprieto el gatillo, la cucaracha voladora vuela por los aires viciados de la cocina, pero no vuela porque quiere, vuela porque le he clavado un balín y la he despedazado: ahora sabes quién manda en esta casa.

Puede que sea el momento más feliz de mi vida.

Repito la operación en mi cuarto. Dejo el pedazo de pollo a un metro de la cama. Apago las luces, apunto la linterna a las hilachas de pechuga de pollo, espero con la carabina cargada.

El instinto de francotirador me sacude. Allí está la viciosa refocilándose en el pollo que le serví como última cena. Come, miserable, que no comerás más. Disparo. Vuela la cucaracha, vuelan las hilachas de pollo. La cucaracha cae sobre mi cama y corre, malherida. Salto sobre ella y la aplasto con mi mano cortada. La mato. Sus restos se confunden con mi herida sangrante. Me infecto de cucaracha. La cucaracha se mete en mí, es su venganza postrera.

Puede que sea el momento más repugnante de mi vida.

Me doy una ducha y veo mi mano derecha cortada y manchada de cucaracha y me duele cuando paso jabón por esa pestilencia infecta.

Salgo de la ducha. Me visto. No puedo dormir en esa cama. Está manchada de cucaracha.

Me voy a la cama de mis hijas con mi escopeta y mi linterna. Me echo y dejo la escopeta y la linterna a mi lado. Me pongo guantes, zapatos, cubro mi cara con una bufanda. No quiero que me coman las cucarachas.

Nunca podré vivir solo. Los insectos se quedarán con esta casa y me comerán cuando muera y nadie se entere.

No soy un buen escritor, no seré presidente, pero he matado dos cucarachas esta noche. Puede que mi padre, si está por allí, esté orgulloso de mí. En su honor, apunto al espejo, disparo y lo hago trizas. Puede que sea el momento más triste de mi vida. (El Herald)

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