Fracasados sus distintos enfoques ante Castro, Washington y la UE esperan a su desaparición y sólo coinciden en dar protagonismo al pueblo cubano
RICARDO M. DE RITUERTO - Bruselas
ELPAIS
Fidel Castro, con trabajadores sociales en la noche de fin de año en La Habana.
Fidel Castro celebró el domingo los 47 años de su entrada triunfal en La Habana, una conmemoración sentida como un revés en Estados Unidos y en la Unión Europea, cuyas respectivas políticas para acabar con el régimen o hacerlo más transigente han sido un rotundo fracaso.
Lejos de ser asfixiado, el castrismo recibe nuevos apoyos y vuelve a crecerse con los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana mientras en Naciones Unidas nunca tantos han condenado el embargo norteamericano. Sin arrojar oficialmente la toalla, Washington y los Veinticinco piensan ya en la Cuba sin Castro y sólo coinciden en que debe ser el pueblo cubano quien tome el destino en sus manos.
El entonces sexagenario Supremo cubano reconoció en conversación con el sandinista Tomás Borge que "ochenta años son demasiados años para cumplir con funciones de Estado". Son los que cumplirá el próximo agosto y Castro no ha hado la más mínima muestra de ceder ni poder ni firmeza política. Al contrario, tras unos años de titubeo y tímida reforma económica, el régimen cerró el puño de nuevo en 2003 y ahí sigue.
La ayuda de Venezuela
La Venezuela de Hugo Chávez ha sido crucial en este reforzamiento, al proporcionar al régimen el alivio económico que antaño le ofrecía la Unión Soviética. A cambio de médicos y maestros, Chávez envía a la isla más petróleo del que necesita Cuba, que exporta el excedente para obtener divisas. Y el presidente electo boliviano, Evo Morales, rinde a La Habana su primera visita tras el triunfo, añadiendo un nuevo "-ísmo" a la feraz historia continental: castrismo, guevarismo, sandinismo, zapatismo, bolivarismo e indigenismo. En la Asamblea General de Naciones Unidas, 182 países, frente a cuatro, condenan el embargo impuesto en 1962 por Washington a la isla, el número más alto de repudios registrado en los 14 años consecutivos de juicio universal a este instrumento de asedio. Nada de extrañar, pues, que cuando el Parlamento Europeo, siempre crítico con el castrismo, otorga el premio Sajarov de los derechos humanos a las Damas de Blanco, el régimen se niegue a conceder a las esposas, hermanas e hijas de disidentes detenidos el permiso para ir a recogerlo a Estrasburgo.
Fidel está para quedarse y se siente cada vez más seguro. Otra cosa es su régimen. "El cambio sólo podrá producirse tras la muerte de Fidel Castro", dice Marifeli Pérez-Stable, una cubana de la diáspora, colaboradora de la Fundación Elcano, el centro de estudios políticos de Madrid. "Tampoco hay que descartar que empiece a chochear", agrega Eusebio Mujal-León, cubano y profesor en la universidad de Georgetown. Cubanos del exilio y no cubanos, políticos y politólogos, altos funcionarios de la UE y de Washington, profesores y representantes de ONG, rupturistas y pactistas se reunieron recientemente en Bruselas para discutir en una intensa jornada sobre el futuro de Cuba y qué papel pueden jugar Estados Unidos y la UE en la inevitable transición. Todos acudieron al llamamiento de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (Fride), con sede en Madrid.
Compleja relación
En las discusiones emergió la complejidad de la relación de la comunidad internacional con La Habana, plagada de paradojas y contradicciones, quizá la primera de ellas que Estados Unidos sea el primer vendedor a Cuba, pese al añejo embargo. Lo es como consecuencia de la autorización de Washington a exportar a la isla alimentos y fármacos, medida adoptada con la velada intención de asfixiar económicamente al régimen, que debe pagarlos en el acto y en efectivo. La Unión Europea es el segundo inversor en la isla, tras Canadá, y países como Italia y Reino Unido superan en número de turistas al de españoles.
España es, sin embargo, la que rige la política comunitaria frente a La Habana. "Cuba es un país con escaso interés estratégico para la Unión Europea", explica Susanne Gratius, de Fride, "y por eso se deja en manos de España la política a seguir". La consecuencia ha sido una desconcertante serie de vaivenes, desde los vanos intentos de aproximación de Felipe González a la mano dura del aznarismo y la vuelta al llamado diálogo crítico de José Luis Rodríguez Zapatero, conforme a la Posición Común de 1996 impuesta por José María Aznar para alentar el cambio, pero carente de mordiente.
La incoherente estrategia europea no ha hecho la menor mella en Castro, que ha respondido a cada envite con un órdago que desarmaba a la otra parte. "No somos Clausewitz, por eso no previmos que Castro fuera a congelar las relaciones con las embajadas de la Unión", confiesa Karl Buck, alto funcionario comunitario, en referencia a la represalia de La Habana por las minisanciones que adoptó la UE en respuesta a la detención de 75 disidentes en 2003.
Las sanciones fueron levantadas ahora va a hacer un año, porque "nos parecían inútiles, al no contribuir a la puesta en libertad de los detenidos, y contraproducentes, al impedir el diálogo entre embajadas y Gobierno cubano", señala Javier Sandomingo, director general de Política Exterior para Iberoamérica del ministerio español de Exteriores. La flexibilización de los Veinticinco fue adoptada pese a las resistencia de algunos países, en especial la República Checa, que siente en carne viva los efectos de las dictaduras y se alinea sin rebozo con Washington, y del Parlamento Europeo. "No hemos dado legitimidad ni oxígeno al tirano", responde Sandomingo a las críticas. Otra fuente del ministerio, que prefiere guardar el anonimato, reconoce que el gesto no ha dado frutos: "No ha habido mejoras en los últimos meses. Hay que mantener el diálogo, pero las expectativas deben ser bajas, porque el régimen es el que es".
Lo ha sido durante casi medio siglo y no va a cambiar. Si Europa ofrece zanahorias que Castro desprecia, tampoco el palo de Estados Unidos le amedrenta. "Las diferentes estrategias elegidas por Estados Unidos y la UE hacia Cuba no han hecho más que contribuir a consolidar el sistema cubano", subraya Gratius. "Las inversiones europeas han servido a Castro para estabilizar su régimen y la política de sanciones de Estados Unidos le ha servido para justificarlo políticamente con la existencia de un enemigo externo".
Coordinador de la Transición
La encarnación del enemigo externo es ahora mismo Caleb McCarry, con el insolente cargo en Washington de Coordinador de la Transición de Cuba, el mismo que para el Irak invadido tuvo Paul Bremmer. "Mi misión es levantarme cada mañana y pensar en cómo ayudar al pueblo cubano a liberarse de la dictadura", dice el portador de un título con estruendosos ecos imperiales. No revela sus planes inmediatos, pero ahora vela por los recortes impuestos por George Bush en junio 2004 a los contactos e intercambios económicos personales de los cubanos de Estados Unidos y sus familias en la isla.
En Bruselas, los europeos de las distintas mesas redondas reconocen que tanto la estrategia comunitaria y como la de Washington frente al castrismo han sido un fracaso. Gratius atribuye en fracaso europeo a la falta de una política común de la UE que Sandomingo explica porque "de los Veinticinco, no más de cinco tienen una política específica para Cuba; ¿cómo vamos a tener una política común si hay algunos que no saben ni donde está Cuba en el mapa?". Pérez-Stable considera que "no ha habido éxito porque el Gobierno cubano no ha suscitado el consenso de repudio que el régimen del apartheid". Nadie discute los logros de castrismo en educación o sanidad y se reconoce que incluso en derechos humanos, no en libertades políticas, Cuba provoca menos críticas que países de la región abrazados por todos como Brasil, Colombia o México.
McCarry no habla de fiasco, por más que en la mesa se califique de "histórico fracaso" el de Estados Unidos ante Cuba, dada la magnitud del empeño. El potencial virrey americano, optimista, asegura que "la hora del cambio ha llegado". De lo que discrepa Lawrence Whitehead, politólogo de Oxford. "No sabemos cuándo ni cómo va a comenzar la transición. Podría ser una ruptura con dramáticas consecuencias", advierte. Whitehead cree que Europa está "demasiado centrada en el presente, mientras que Washington está demasiado fijado en cómo debe ser el futuro" de la isla.
"La dictadura de Castro busca por todos los medios sobrevivir y perpetuarse mediante una estrategia de sucesión de Fidel Castro a Raúl Castro", se lee en un informe oficial del Departamento de Estado de 2004. "Estados Unidos no acepta la continuidad de la dictadura comunista en Cuba". El endurecimiento ordenado por Bush hace año y medio fue recomendado en el informe. Para McCarry el futuro de la isla es el modelo americano: "Los que tienen menos de 46 años en Cuba deben saber que se puede construir una sociedad como la que van a buscar en Estados Unidos".
"Los cubanos que quieren el cambio no quieren que nadie les diga cómo debe ser, lo que nos obliga a ser cuidadosos en la oferta de modelos. Quieren el cambio, pero no cualquier cambio", matiza Christian Freres, del Instituto Complutense de Estudios Internacionales. Los distintos testimonios expresados en Bruselas dan cuenta de la existencia de miedo en Cuba al cambio violento. "Hay que reducir el temor popular a un cambio no pacífico y que produzca un mayor empobrecimiento", dice Margaret Crahan, de la City University de Nueva York.
Venganza sangrienta
La preocupación que suscita el fantasma de la venganza sangrienta hace más inquietante la tranquilidad con la que Dennis Hays evoca la posibilidad. El que fuera coordinador para Asuntos Cubanos en el Departamento de Estado es un halcón. "Ya hay violencia del régimen contra su gente. Slobodan Milosevic cayó gracias a la violencia. ¿Sería mejor el mundo si no hubiese violencia?", se pregunta Hays, antes de citar a John F. Kennedy: "Los que hacen imposible la evolución pacífica hacen inevitable la revolución violenta".
Hays está en minoría de uno en su aceptación de la violencia, aunque no se encuentra aislado cuando dice que "a Fidel no le importa el futuro y no hay que hablar con él". Hay consenso en que hay que contar con los cubanos para hacer la transición, pero nada más. No hay estrategia conjunta ni identidad de criterios sobre el camino a seguir. "Nuestros respectivos enfoques, el europeo y el de Estados Unidos, no han dado resultado", apunta Tomás Duplá del Moral, director general para América Latina de la Comisión Europea. La solución para Cuba corresponde encontrarla a los cubanos y nosotros apoyaremos lo que ellos quieran". Le da la razón McCarry. "Estamos de acuerdo en que la transición deber ser hecha por los cubanos. Lo más importantes es encontrar el modo de ayudarles, la UE por su lado y nosotros por el nuestro".
Europeos y americanos hablan de la necesidad de potenciar los contactos con la sociedad civil en sentido amplio, pese a su fragmentación, y se recuerda a Washington que tampoco hay que desdeñar a los escalones inferiores del aparato del Estado porque "todavía hay que ver quién es quién en el régimen cubano", según Dan Erikson, de Diálogo Inter-Americano, un foro para la formulación de políticas para el continente radicado en Washington.
Oswaldo Payá, destacado disidente que también fuera galardonado con el premio Sajarov por la Eurocámara, envió un texto al congreso. "Cuba somos todos los cubanos, incluyendo el Gobierno, y hay que dialogar con Cuba", escribía Payá a falta de no poder decirlo de viva voz por no haber sido autorizado a viajar. Otra carta publicada en el periódico digital Encuentro, realizado en España por exiliados, y leída en Bruselas daba cuenta de qué se piensa en el interior. La firmante hablaba de la vivienda como primera preocupación de los cubanos y con respecto a una Cuba sin Castro pedía "reconciliación y no venganza".